viernes, 5 de enero de 2018

 EL DÍA DE REYES.           

                Se aproxima el día en que la tradición consagra para que los pueblos se vistan de alegría. Al igual que Navidad, fecha que tiene con ésta una estrecha vinculación histórica y religiosa en la leyenda, el alma de los pueblos se puntualizará en un breve paréntesis en su duro y cotidiano trajín, y ha de sonreír, infantil y claramente, uniendo a la alegría de los niños la de los grandes, que acaso cobra esta vez singular claridad en la efusión de ternura a que nos obliga la sonrisa ingenua de los labios inocentes.

                Volverán, infaltables mensajeros de la buena nueva, hasta los niños, Melchor, Gaspar y Baltasar, los tres Reyes Magos, trayéndoles el presente de sus regalos: la linda muñequita, de carita sonriente y de ojos muy grandes y muy fijos y de labios muy rojos; o el “auto” o el tren diminuto, que habrán de correr  presurosos, tras el conductor improvisado, en la acera de su casa; o el bizarro corcel en que, diestro y bravo jinete, el niño, dormido tras las últimas palabras del cuento que inventó la buena madre o la abuelita de cabellos blancos, se sustituyó al héroe imaginario.

                Así será alegre el despertar de muchos niños, de muchos niños ricos. Hasta ellos abrigará la fortuna el camino por el cual habían de venir los tres Reyes Magos de la leyenda a depositar en sus zapatitos el juguete deseado, en tanto que pasarán, sintiendo a buen seguro el dolor de la injusticia, a la vera de muchos niños pobres sin poder llegar hasta los zapatitos humildes, rotos, que en la vivienda miserable, junto al jergón que hace de lecho, esperarán en vano el presente de los buenos Magos.

                ¡Oh¡ ¡No habría de reír el pueblo si en lo íntimo de su conciencia pensara siquiera un momento en esta tremenda injusticia humana que llega hasta el corazón mismo de los niños pobres, arrancándole la protesta serena y humilde un llanto infantil¡ Pero nadie, o casi nadie, ha pensado en ello, y ellos mismos habrán de reír después, perdonando santamente.

                De tantas, de tantísimas Sociedades como existen en pueblos como el nuestro, ni una, ni una sola ha tenido la idea de una práctica generosa que se ha impuesto hace ya muchos años en otros países, y que llega hasta los hogares pobres a dejar juguetes y dulces para los niños.

                ¡Ojalá que estas pequeñas, cuan grandes disquisiciones de un hombre que se ha formado en el dolor y en la lucha, encuentren eco favorable en el corazón de sus semejantes, y, en acto de elevada generosidad, puedan llevar a los niños pobres el regalo que hoy, vanamente, esperan ellos de los Reyes Magos¡…
Aurelio Mato.
Puebla, diciembre 1921
El Noroeste Zamorano, 30 de diciembre de 1921

(Nota.- Y un 05 de enero, de 1950, se fue de este mundo mi abuelo, el autor del artículo.)